La evaluación que hacemos en las aulas suele tener un acentuado componente memorístico. ¡Claro que es necesaria la memoria! No seré yo quien la condene. El ser humano está amasado de memoria. Pero, además de repetir, podemos comprender, pensar, analizar, comparar, opinar, crear. Si hiciéramos una relación de las tareas intelectuales que se pueden realizar en un aula, veríamos que la gama es amplia y diversa: memorizar (sin comprender), aprender algoritmos (es decir, los pasos), comprender, analizar, opinar, indagar, inventar…
Si le preguntamos a alguien de dónde a dónde van las tareas más potentes intelectualmente (todas ellas son importantes y necesarias, ya lo sé) es probable que nos diga que están clasificadas de menos a más. Pero si comprobamos qué tareas están más presentes en las evaluaciones, es probable que la clasificación esté invertida. De esta manera, con la forma de hacer evaluación estaríamos potenciando las tareas intelectualmente más pobres. No podemos olvidar que la evaluación condiciona todo el proceso de enseñanza aprendizaje. Porque los alumnos (y los padres y la sociedad) lo que demandan sobre todo no es el aprendizaje sino el aprobado.
Claro que cuando se piden respuestas de carácter repetitivo la corrección es más sencilla, más rápida y más segura. En caso de que haya reclamaciones, la justificación será mucho más contundente. "Lo tienes mal", y ya está. En caso de que los padres u otros agentes demanden explicaciones, la respuesta será muy simple: "Había que poner esto y ha puesto esto otro. O nada". El niño del accidente costero tiene que saber qué contenido semántico tiene esa expresión. Tiene que saber qué es un accidente costero. Pero ha razonado correctamente. Ha pensado por sí mismo, no se ha limitado a repetir de memoria una definición o un concepto que acaso no ha entendido.
Se han hecho investigaciones que demuestran que para que haya rigor en la corrección de ejercicios de ciencias harían falta, al menos, doce correctores. Se me dirá que la solución a un problema matemático tiene una sola interpretación correcta. No es así. Demos el mismo ejercicio a varios correctores.
- Uno califica con cero un ejercicio porque el alumno se olvidó de añadir kilogramos al número exacto de la respuesta.
- Otro, por ese olvido, sólo le resta unas décimas.
- Otro no dará por buena la solución porque no se alcanzó por el método explicado en el aula.
- Alguien tendrá muy en cuenta la expresión matemática.
- Hay quien dará mucho peso a la claridad de la letra o las faltas de ortografía.
Razones discutibles, pero lógicas. Hay otros factores que condicionan la calificación y que tienen poco que ver con la lógica (y menos con la ética)
- Perdió el equipo del que el profesor es un forofo empedernido.
- El evaluador tuvo una horrible discusión con pareja e inmediatamente se puso a corregir.
- El dolor de estómago que sufría mientras corregía los ejercicios era insoportable.
- Antes del ejercicio en cuestión había evaluado un trabajo sobresaliente.
- El alumno que ha hecho el ejercicio ha tenido un comportamiento inaceptable toda la semana.
En el caso de ejercicios de letras, para garantizar el rigor, harían falta más de cien correctores. El primer año que impartí docencia en Primaria, pedí a mis alumnos que contasen por escrito una historia. Uno de aquellos niños comenzó su redacción de la siguiente manera: "Aquella mañana el príncipe salió cabalgando en todas las direcciones". Me pareció una forma maravillosa de expresar una idea. Otro corrector podría haberle dicho que eso que había escrito era completamente imposible.
Dejo al margen una cadena de cuestiones más complejas e importantes: ¿Lo que se estudia es lo que más importa estudiar?, ¿se aprende con esos métodos?, ¿se sabe si se ha aprendido con esa forma de hacer evaluación?, ¿qué han aprendido por el hecho de haber intentado aprenderlo y evaluarlo de esa manera?…. No hay formas inequívocas de saber si se ha aprendido. Por eso debemos ser flexibles (no dogmáticos en la evaluación). Necesitamos saber lo que dicen y aquello que han querido decir. Necesitamos conocer qué es lo que realmente saben. Un accidente costero, efectivamente, puede ser una caída que un niño ha sufrido en la costa.:
En un interesante libro que acaba de publicar Philippe Perrenoud titulado "La evaluación de los alumnos", dice este destacado sociólogo suizo: "Cuando la evaluación se hace formativa, se transforma en una dimensión del acto de enseñar y de las situaciones didácticas. Es más fecundo pensarla en el marco de un enfoque global de los procesos de regulación de los aprendizajes y como componente de una situación y un dispositivo didácticos, más bien que como práctica evaluativa distinta". La evaluación de los alumnos ha de ser un camino que nos lleve a la mejora del proceso de enseñanza y aprendizaje.